Título: Libro de cine para regalar
Autor: Michi Huerta
Editorial: Autopublicado (Amazon)
Nº de Páginas: 106
ASIN: B00jdr6OGO
Sinopsis de la editorial: Al protagonista de este relato los Reyes Magos le regalaron un Cinexin cuando tenía cinco años. Devoró docenas de películas clásicas en las sobremesas de Televisión Española mientras su abuelo se quedaba embobado con John Wayne pegando tiros. Acarició por primera vez la mano de una chica en la oscuridad de una sala justo cuando Bud Spencer le partía la cara a un tío. El vídeo le cambió la vida, aunque en la década de los ochenta no podía imaginar los fenómenos de los que sería testigo en poco tiempo: la desaparición de los grandes cines, la proliferación de multisalas, el DVD y, cómo no, Internet. De hecho, ahora ve filmes de Bergman en un iPad… e intenta convertir a su hija de cinco años en seguidora de John Ford.
Ésta es su historia, tan personal… y tan parecida a la de muchos otros.
Este libro llamó mi atención en
cuánto leí que iba de nostalgia ochentera (tan de moda hoy en día),
así que me apunté a un sorteo en el blog de Lidia Casado y me tocó.
Lo leí en pocas sentadas y me hizo pasar muy buenos ratos recordando
aquellos maravillosos años. Estas son mis impresiones:
MIGUEL ANGEL HUERTA (MICHI HUERTA), EL AUTOR:
Míguel Ángel Huerta (Cáceres, 1973) más conocido como Michi Huerta es crítico de cine y profesor en la Universidad de Salamanca. Para saber más cosas de él, esta es su página: http://www.michihuerta.com/?p=3238
IMPRESIONES:
Es evidente que está de moda que los pertenecientes a la
Generación E.G.B. recordemos nuestra infancia y juventud, ya que en este libro, el autor (nacido un año antes que yo) nos habla de sus primeros años, pero centrándose en el cine y la TV, principalmente. Y como más o menos somos de la misma edad, me he sentido totalmente identificada con lo que cuenta.
El autor empieza recordando un juguete que marcó una generación: el
Cinexin, que era como un proyector de cine que girando la manivela proyectaba películas de dibujos animados en la pared. Nunca lo tuve, pero recuerdo haberlo visto en alguna casa de algún vecino o primo carnal.
El cine, sin duda, marcó nuestra
infancia y fue una de las cosas que más cambiaron gracias (o por
culpa) de los avances tecnológicos. En todas las ciudades teníamos
un cine, muchas veces eran cines de barrio de esos “piperos” a
los que llegaban las pelis unos meses después de ser estrenadas
(para verlas de estreno había que ir a la capital). Había una
sesión continua donde echaban 2 pelis una detrás de la otra. Y qué
cosas, que todos teníamos un cine que se llama Coliseum. Otros cines
muy típicos eran los de verano, de esos al aire libre que surgieron
para que la gente pudiera ir al cine cuando el calor apretaba, ya que
antes eso del aire acondicionado no se estilaba mucho.
Aquellos cines eran lugares entrañables donde conocías a la taquillera, al del bar y al acomodador; ese que cuando llegabas tarde te acompañaba a tu butaca alumbrándose con una linterna. Tuve la suerte de que mis padres me llevasen al cine durante mi infancia e incluso celebrábamos mi cumpleaños yendo al cine, ya que como es en plena Navidad, siempre había alguna peli infantil en pantalla como Las aventuras de Enrique y Ana. Así, a bote pronto, recuerdo que me llevaron a ver muchas películas que ahora se las considera míticas como Los Goonies, E.T. o Regreso al futuro.
Esos cines pasaron a mejor vida hace años, ya que en la década de los 90 irrumpieron las multisalas en todos los centros comerciales que empezaron a proliferar por nuestras ciudades y que se convirtieron en auténticos centros de diversión para la juventud (primero en la sala de máquinas y luego a ver la peli al cine). Había como 7 salas y según la peli iba pasando de moda o era más minoritaria, iba pasando de la sala mayor (la 1) a la sala más pequeña (la 7) (que era casi como el salón de nuestras casas y que en ellas solía haber 10 personas como mucho). Y, por supuesto, no faltaban las palomitas y la Coca Cola. Ya no había acomodador y ver la peli ya era un acto mucho más impersonal. Al lado de mi casa había unas salas que ahora están vacías y otro cine de este tipo que había en otro punto de la ciudad ahora es un Supermercado.
Pero no sólo tuvimos los cines para ver películas. En los 80 llegó un aparato electrodoméstico que nos reproducía películas en nuestros televisores. Se llamaba vídeo y había 3 sistemas: 2000 (que no duró casi nada), Beta (que era el mejor) y VHS (que era peor que Beta, pero que tuvo mejor marketing y se comió al Beta). La llegada del video a mi casa fue un gran acontecimiento, pero no tuvo comparación con la llegada de la tele en color (que yo creo que hizo que mis recuerdos televisivos empezasen ahí, que eso de descubrir que José María Iñigo tuviera los ojos azules marcó mi infancia). Mi vídeo fue VHS y las cintas eran enormes y acababan desgastadas de tanto usarlas. Nos hicimos socios de todos los video clubs del barrio y todos los findes alquilábamos una, que al final eran 2, ya que te regalaban otra (y por supuesto, las devolvíamos rebobinadas). Pero a parte de ver pelis, también podíamos grabar de la tele. Yo recuerdo grabar a todas horas actuaciones musicales (tuve hasta una cinta entera sólo con cosas de los Hombres G). Y, por supuesto, tenía la actuación de la nochevieja donde Sabrina saltó más de la cuenta...
En mi casa nos dio por coleccionar películas de VHS y alguien nos avisó que al vídeo le quedaban 4 telediarios y que, por tanto, esas películas no iban a valer para nada. No hicimos caso y al final las tuvimos que tirar todas a la basura (las podías digitalizar, pero sí tenían Copyright, no y así perdimos la serie entera de Yo, Claudio).
Ahora las pelis se ven con DVDs, casi no quedan cines y para ver una películas sólo hace falta un pequeño artilugio y un poco de morro para bajártela por internet (eso sí, lo de ver pelis grabadas dentro de una sala, no me va). Pero hay una cosa que dice el autor y que me hizo asentir: la piratería en películas ha hecho más por la enseñanza del inglés que el Ministerio de Cultura en toda su vida. Porque ahora la gente está viendo mucho cine en versión original y así se puede aprender mejor un idioma. Para que luego digan.
CONCLUSION:
Con este libro te planteas si no es cierto aquello de “Cualquier tiempo pasado nos parece mejor”. Los sábados echaban 2 pelis de siempre: una después de comer y otra tras Informe Semanal. Ya no quedan cines de los de antes, pero si dejamos de ir y no salía rentable, era evidente su desaparición. El cine de mí antiguo barrio ahora es un restaurante italiano y sé que cuando lo derribaron, mucha gente lloró. La de recuerdos que se quedaron ahí: no sólo por las películas que veíamos si no porque si las butacas hablasen... Así que, si vivisteis esa época y te sentiste el rey de la clase cuando tus padres compraron un vídeo, te gustará este libro. MUY RECOMENDABLE.