¿Volverías a revivir las anécdotas de clase?
Hay muchas historias de EGB por contar y Jorge y Javi, los creadores de Yo fui a EGB, están dispuestos a acompañarte por todas ellas. Descubre las nuevas sorpresas, emociones y recuerdos que contiene este tercer volumen de Yo fui a EGB.
JAVIER IKAZ Y JORGE DIAZ, LOS AUTORES:
Javier Ikaz nació siendo aún muy pequeño, concretamente un abril de 1978, pero con la total convicción de que no le gustaría ir a clase. Cuando llegó el momento de ponerse la bata y acarrear una pesada mochila descubrió que aquello tampoco estaba tan mal, a pesar de las matemáticas. Hizo muchos amigos de los que se alejaba cuando se ponían a jugar al fútbol, ocasión que aprovechaba para leer y escribir. De hecho la afición la mantiene y le ha permitido publicar varios libros, y gracias a su cinefilía ha dirigido numerosos cortometrajes y un documental. No era mal estudiante y mucho menos bueno, pero finalmente acabó con el libro de escolaridad en un cajón del mueble del salón, junto a un montón de cartas del banco sin abrir, y con un título de informático sin ejercer.
Desde bien joven desarrolló un oído musical nefasto, a pesar de tener la casa llena de cassettes de todo tipo. Una vez se encontró una moneda de cien pesetas en la calle y descubrió que la vida merece la pena. Desde entonces lee y escribe como si no hubiese mañana. A veces hasta de manera profesional.
Jorge Diaz nació en Bilbao en abril de 1971 y hubiera pasado totalmente desapercibido durante los ocho años de su EGB de no ser por aquellos cuadernos de matemáticas en los que utilizaba la regla hasta para hacer el símbolo "más" y aquella dichosa canción que un profe les mandó inventar y que a punto estuvo de convertirse en el himno del colegio. Siempre suspendía gimnasia, calcaba los dibujos y se ponía rojo como un tomate cuando tenía que hablar en público, ¡imaginaos cuando tuvo que pasar por todas las clases cantando su canción.
Se aficionó a llegar tarde por las mañanas y enseguida descubrió que el pasillo no era ningún castigo. No ganó ni una sola medalla, pero sí un montón de amigos que todavía conserva y a los que sigue llamando por su mote del cole.
De la universidad salió con un título en Ciencias de la Información (Publicidad) que le permitió trabajar como creativo en varias agencias de publicidad hasta que hace un par de años decidió montar la suya propia, Pentsaleku, ese lugar al que mandan a los niños a pensar cuando se portan mal. Además de diseñar, bloguea y, durante los últimos ocho años, ha escrito en un montón de publicaciones hasta hacer de los blogs su profesión y conseguir hablar de música sin necesidad de tener que cantar. Hace muy poco descubrió que ya no se pone colorado.
IMPRESIONES:
Tras el éxito obtenido con el primero
libro de Yo fui a EGB hubo una segunda parte, que acabó con el
tópico de “segundas partes nunca fueron buenas” ya que estuvo
incluso hasta mejor que el primero. Y como ya dicen que “no hay 2
sin 3”, estas navidades, nuevamente, salió el tercer volumen de lo
que tiene pinta que va a ser una enciclopedia como esas que teníamos
todos en el salón de casa tras estar un buen tiempo coleccionando
fascículos.
Este tercer libro, como iréis viendo
en la reseña, es más costumbrista que los anteriores. Quizá sea
como un resumen de lo que vimos en los 2 primeros, pero también
aparecen cosas nuevas porque hay que ver lo que dio de sí esa época
y lo que te hace sacar de la memoria estos libros.
Como seguro sabréis, todo empezó con
un grupo de Facebook llamado Yo fui a EGB donde los administradores
(y ahora autores de los libros) recordaban todo lo relacionado con
los años de la EGB (ese sistema educativo que estuvo vigente durante
los años 70-90). Luego dio paso a un blog del mismo nombre (que se
colgó el día que empezó) y tras el éxito obtenido, qué mejor
forma que pasarlo todo a papel (que era cómo leíamos en esa época).
En la portada de este tercero otra vez
aparece el fui de Yo fui a EGB con la tilde tachada (es el día de
hoy y todavía no sé si hay que ponerla o no). Esta vez sobre una
hoja de 2 renglones como las que utilizábamos para los ejercicios de
lengua y todas aquellas materias donde no teníamos que hacer
cálculos.
Al abrir el libro encontramos una foto
de un salón-comedor de los de la época con su tresillo de skay, su
librería donde no faltaba el mueble-bar o la enciclopedia de turno.
Y, como no, el teléfono de disco sobre su mesa telefonera. Sólo
falta tele, que supongo que estaría donde se ve la radio.
En la parte final aparece la cocina
típica de la EGB con aquellos muebles llenos de armarios, la mesa de
formica y la panera encima de la nevera. ¿A qué con sólo verla os
viene el olor a Cola-Cao?
El libro está divido en 10 partes a
través de las cuales podemos recordar cómo eran los años de
nuestra infancia.
CAPITULO 1: LOS PROFES
Con la foto del inolvidable Don Matías
de la peli de Parchís (foto) empezamos a recordar nuestros años en
el cole con un dictado de esos que había que estar muy atento para
no cometer ninguna falta de ortografía. Luego venía corregido con
esa B inconfundible que todos los profes hacían igual ¿No tendrían
una plantilla?
Muchas veces los profes tenían un mote
que le poníamos los alumnos y que iba pasando de generación en
generación. Yo creo que en todos los colegios había una Doña
Urraca o un Conejo, ya que lo de los animales era muy recurrente. Así
que yo recuerde, en mi colegio había una profesora a la que todo el
mundo llamaba “La Urko” según parece porque tenía una llave que
ponía Urko. Tardé muchos años en enterarme del motivo de su apodo
y nunca me imaginé que pudiera venir nada menos que de una marca de
llaves. Por cierto, era un todo un personaje, la buena mujer, que
tanto daba religión como trabajos manuales (aquello que luego se
llamó Pretecnología) pero que también ensayabas un villancico
mientras ella tocaba el piano. Ya os digo que con este libro salen
todo tipo de recuerdos.
Al menos la profe en cuestión que os
comentaba tocaba un instrumento porque lo que es la profe de música
(a la que llamábamos Betovina) que yo recuerde nunca la vi con una
flauta que nos ensañaba a tocar. Como tampoco vi a ningún profesor
de Educación Física hacer gimnasia o al de dibujo, hacer un dibujo
en la pizarra (por no contar que la profesora que me tenía que
enseñar a hacer punto, yo creo que no sabía ni coger unas agujas.).
¿Será eso de que en casa del herrero cuchillo de palo?
Tras hacer un buen repaso a todos los
libros y material escolar con el que íbamos al cole, el libro
recuerda aquellos juegos que improvisamos con lápiz y papel para
matar aquellos tiempos muertos en los que no teníamos nada que hacer
(por ejemplo, entre clase y clase o cuando faltaba un profesor). Un
juego que nunca faltaba era ese de poner un nombre, apellido, cosa y
animal (o lo que fuera) con una letra. Este juego nunca tuvo un
nombre pero yo juraría que, al menos en una clase a la que fui, lo
llamábamos “rin, rin, pasailabra”. Si eras original y tu palabra
no la tenía nadie te anotabas 10 puntos pero si repetías, te
apuntabas un 5. Y si no contestabas nada, te llevabas un 0,
evidentemente. Al final ganara el que más puntos tuviera. Un gran
juego sin duda.
También estaban, como no, El ahorcado,
el tres en raya o los barquitos (que luego MB se encargó de
materializarlo).
A lo que nunca jugué es a la paella,
pero sé de gente que lo pasaba en grande levantándose cuando decían
arroz, mejillón o calamar. Y, por supuesto, con la paella se
levantaban todos.
Y, como todo no iba a ser diversión,
al final de capítulo tenemos un control sorpresa con 10 problemas de
matemáticas. Ya os digo que saqué un 5, así que aprobé. En él
aparecen esos problemas malditos que decían que la edad de María es
el doble que la de Juan o el de los trenes que se alcanzaban en un
punto. Eso sí, para mí los peores eran los de los grifos; ya que yo
creo que nunca fui capaz de resolver ninguno.
CAPITULO 2: EL DESCAMPADO
La mayoría de los niños de la EGB
vivíamos en barrios que se habían desarrollado durante las décadas
de los 60-70 en los que abundaban los descampados donde los niños
jugábamos cuando no teníamos que ir a clase.
En este capítulo se recuerdan aquellas
canciones que cantábamos durante nuestros juegos. Yo algunas no las
conocía, ya que en cuanto a juegos y canciones se refiere, cada zona
de España tiene los suyos. Y por zona me refiero no sólo a
regiones, si no incluso hasta municipios y barrios dentro de la misma
provincia. Os aseguro que yo que en mi infancia jugué en muy
diversos lugares de España, veía que con sólo moverme un poco de
mi zona habitual, comprobaba como había alguna cosa nueva que en
donde vivía habitualmente nadie conocía.
Teníamos canciones para rifar algo,
como por ejemplo quien se queda a contar al escondite (en algunas
sitios se decía “ligársela”. No veis como ya empieza a haber
diversidad incluso en el vocabulario). De las que vienen en el libro
recuerdo la de “en un café se rifa un pez, a quién le toque el
número 3” (ó el 10 que también valía).
También para la cuerda (donde había
un gran repertorio de canciones). Yo recuerdo la de “una dole tele
catole quile quilete...” que en el libro la incluyen como una
canción para rifar. Por supuesto la de “el cocherito leré me dijo
anoche leré” (que sale en la peli de Los Goonies”). O la de “al
pasar la barca me dijo el barquero las niñas bonitas no pagan
dinero” o también la de “una, dos, tres, pluma, tintero y papel
para escribir una carta a mi querido Miguel...” (luego la letra que
conocía yo seguía de otra manera a como dice el libro). Con la
cuerda se podía jugar a la barca o a la comba y las canciones
variaban en cuanto a una forma u otra.
A la cuerda jugué muchas veces, pero
en la EGB hubo un juego entre las niñas que la desbancó y fue la
goma, ya que tenía la ventaja de que si había poca gente podías
atarla entre 2 barrotes y así todas podíamos jugar (quedarse parada
con la goma era lo peor que te podía pasar, sin duda). Con la goma jugábamos
a las alturitas donde había que saltarla o a hacer diversos juegos
con ella cantando canciones como la de “patina patina patinaba una
niña en París...” o “Escribe a máquina con más color y verás
la cara de tu profesor...” que arrasó en varios lugares de España
(se jugaba con la goma cruzada y decían que la canción venía de un
anuncio que lo debieron poner en la tele cuando yo no había nacido, ya que nunca lo vi). Y si queríamos jugar en triángulo teníamos la
del “Trina, Trina, Trinaranjus...”.
Había también canciones para los
juegos de palmas donde se trabajaba la sincronización. Una canción
que marcó mucho fue la de “En la calle 24 ha habido un asesinato,
una vieja a matado un gato con la punta de su zapato....”, que
había que repetir la sílaba final y donde a parte de jugar con las
palmas había que agacharse. Si fallabas, quedabas eliminada.
Verdaderos campeonatos había con esta canción que es un auténtica
crónica de sucesos con maltrato animal incluido. Porque estas
canciones, a veces, eran un tanto políticamente incorrectas como una
que trae el libro y que no conocía y que habla de un tal Federico
que mató a su mujer y la hizo picadillo.... Y es que, como veremos
más adelante, estos tiempos fueron un tanto peligrosos...
Y, por supuesto, también estaban las
canciones de las excursiones (en mi colegio hacíamos siempre alguna
excursión cultural y luego la de final del curso, que era la joya de
la corona). Nada más sentarnos en el autobús empezábamos con
nuestro cancionero habitual que incluía éxitos como “una sardina,
2 sardinas, 3 sardinas y un gato” o la de “ahora que vamos
despacio vamos a contar mentiras tralalá”. También estaba la de
“en la puerta del colegio hay un charco y no ha llovido...” si
queríamos destapar algún romance oculto entre los presentes.
CAPÍTULO 3: ¿A QUÉ NO SABÍAS
QUE...?
En este capítulo conoceremos algunas
curiosidades relacionadas con nuestros ídolos de la época. Como se
trata de “secretillos” tampoco me quiero explayar mucho ni
desvelaros nada.
Aquí conoceremos por fin qué era Don
Pimpón, ese muñeco que era intimo amigo de Espinete en Barrio
Sésamo. También sabremos que la polémica estuvo presente en series
como Pumuky (aquel duendecillo pelirrojo que se colaba en una
carpintería) o en La bola de cristal, ya que aquello de “viva el
mal viva el capital” que decía la Bruja Avería no debió gustar a
todo el mundo
También nos enteramos de cosas de
nuestras películas favoritas como Los Goonies, Regreso al futuro o
Indiana Jones.
Y, como no, tampoco la música se
escapa y así conoceremos de donde viene el nombre del grupo Nacha
Pop o que la canción de The final countdown de los suecos Europe no
gustaba demasiado al grupo ya que no les sonaba muy rockera.
CAPITULO 4: MIS TERRORES FAVORITOS.
Si hay una cosa que te gusta hacer
cuando eres pequeño es hablar con otros niños de historias de
miedo. Es cierto que lo pasas un poco mal, pero también esa
sensación de temor, te hace soltar adrenalina y a la vez te gusta.
Eso sí, sin pasarse y sin llegar a grandes extremos, como me pasó a
mí una vez (ya os lo contaré más adelante).
En el capítulo hablan también de
otros tipos de miedos como el de ir al dentista o el de saltar el
plinto en gimnasia. Pero yo me voy a centrar en esos momentos donde
nos poníamos misteriosos contando historias que habíamos oído o
que nos había ocurrido (sí, porque todos teníamos algún suceso
extraño que contar como portazos inexplicables o voces que no
sabíamos de dónde venían).
También había leyendas que pululaban
por toda España como la de la famosa Verónica que había muerto
haciendo la Ouija y que iba a tu colegio (que en todos los colegios
había una Verónica que había quedado entre 2 mundos). También la
de la mano negra que si decías ciertas palabras en el baño después
de tirar de la cadena, venía y te estrangulaba (no conozco a nadie
que se atreviera a invocarla).
Y como no: la chica de la curva, esa
que hacía dedo y que cuando llegaba a una curva peligrosa tras
avisarte del peligro, desaparecía sin más (se dice que ahí murió
una chica hace varios años). Esta leyenda al parecer ya existía en
el Siglo XVIII.
No sé ahora pero durante aquellos años
estaba muy de moda hacer la Ouija y jugábamos con ella como quien
juega a las cartas. Siempre se decía que el vaso se movía por
fuerza mental (pero el caso que yo la hice una vez y la copa corría
por todas las letras).
Y si hablamos de miedo, no hay que
olvidar el cine de terror de la época con películas como
Poltergeist o El Resplandor con aquellas gemelas que aparecían en el
pasillo de aquel terrorífico hotel. (foto).
Tampoco la tele se quedó atrás y así
tuvimos series como Historias para no dormir de Chicho Ibáñez
Serrador o el cortometraje La cabina, que si lo veías no querías
hacer una llamada desde una cabina más en tu vida.
Eso sí, para miedo el que el pasamos
con una miniserie basada en una novela de Stephen King llamada El
misterio de Salem's Lot. En ella aparecía por la ventana un niño
fallecido y se metía en la habitación de su hermano. Recuerdo que
esa noche no quería dormir y no podía ni mirar por la ventana de mi
habitación. Terror es lo que pasé y hasta me oyeron algunos vecinos
por el patio. Os dejo el enlace que encontré en you-tube de la
escena que os menciono (la serie seguía unos capítulos más, pero
no los vi, evidentemente). En el libro hablan de esta terrorífica
secuencia que, sin duda, marcó a muchos niños de la EGB.