Leí este artículo en la revista XL Semanal y decidí transcribirlo aquí, ya que me sentí totalmente identificada con lo que cuenta.
Gracias a Internet, todos podemos ser escritores de alguna manera u otra y todos queremos saber si la gente nos lee o no y de ser así, quiénes son nuestros lectores. Por eso, no sabéis la ilusión que me hace leer un comentario vuestro; en ese momento creo con esa persona un vínculo difícil de describir. Da igual que sólo me lea una persona, para mi ya es toda una humanidad. No sé si a vosotros os pasa lo mismo. Este es el artículo:
Escribo estas líneas mientras se celebra la larguísima Feria del Libro de Madrid, una cita anual que permite a un escritor conocer por fin a muchos de sus lectores. Siempre que reflexiono sobre este viejo oficio de juntar palabras, me acuerdo de esos chistes de náufragos en los que puede verse a un barbudo individuo en una minúscula isla escribiendo un mensaje para luego encerrarlo en una botella y lanzarlo al mar. Porque escribir conlleva precisamente eso: uno nunca sabe a qué playa o a qué otro náufrago puede llegar. Y es que la nuestra es una actividad tan solitaria que, cuando uno se encuentra con un lector que le dice «tal frase de su libro me ayudó en un momento duro» o tal artículo «se lo he mandado a todos mis amigos porque es lo que yo siempre quise decir y no sabía cómo», se piensa con infinita satisfacción: «Qué alegría, esta botella al menos no se estrelló contra las rocas, hay alguien por ahí a quien le llegó el mensaje» y, entonces, se siente uno el náufrago más feliz del mundo. Claro que todo eso era antes, porque ahora Internet, ese inmenso océano por el que navegamos todos, está lleno de islas (llámense páginas, portales, blogs o como se quiera) y no digamos de náufragos, que lanzan multitud de botellas con sus correspondientes mensajes.Una de mis ´islas` favoritas, por cierto, se llama Canal Literatura y surgió de las profundidades de la más antigua red de conversación en tiempo real (IRC-Hispano) allá por el año 2000 gracias a la iniciativa de María Luisa Núñez. El objetivo era -y es- dar oportunidades a escritores noveles, fomentar la lectura así como cualquier otro tipo de actividad literaria, aprovechando para ello las ventajas de las nuevas tecnologías, con el objetivo primordial de dar voz y difusión a los que no la tienen. Algo muy necesario en este gremio nuestro en el que, a la soledad del náufrago a que antes aludía, hay que sumar otra aún más dura: la dificultad de romper ese inexorable círculo vicioso de ´no me conocen-no me publican; no me publican-no me conocen` con el que todos nos hemos encontrado al principio de nuestras carreras. Si les hablo de Canal Literatura, no es porque María Luisa y su marido, Salvatore, sean mis amigos, que lo son, sino porque la labor que llevan a cabo me parece extraordinaria. Para que se hagan una idea, les diré que en 2010 su portal -o ´isla` como a mí me gusta llamarla- ha alcanzado la muy significativa cifra de dieciséis millones y medio de visitas, con casi cuatro millones de páginas vistas, además de estar, por supuesto, presente en las principales redes sociales como Facebook o Twitter. Toda esta actividad está destinada, además de a dar a conocer los textos de sus visitantes, a facilitar el intercambio de información y experiencias diversas, pero también a propiciar encuentros tanto virtuales como presenciales. Primero, entre los escritores en ciernes y, luego, con escritores consagrados, algo que nosotros, los viejos náufragos de la era pre-Internet, jamás hubiéramos soñado siquiera. Sin embargo, lo que más me gusta de la isla de María Luisa son dos cosas que aún me falta enumerar. La primera, el concurso literario que organizan cada año con premios para las distintas disciplinas literarias. En él participaron en la edición anterior cerca de quinientos escritores. Y una vez acabada la cena y la entrega de premios, todos los años e indefectiblemente, acabamos bailando salsa, merengue y lo que se tercie para confirmar que la literatura es algo divertido y no esa cosa solemne y pomposa que algunos se empeñan en encerrar en la tan famosa como aburridísima torre de marfil. Y la segunda y más importante razón que me admira de esta iniciativa es la forma en la que su isla se mantiene a flote sin más medios que el apoyo desinteresado de algunos (como el periódico La Verdad de Murcia, por ejemplo). Claro que nada de esto sería posible sin el entusiasmo y la entrega de María Luisa y los suyos, que lo hacen todo por amor al arte -o más concretamente en este caso, por amor al viejo arte de juntar palabras-. Por eso yo, en nombre de todos los náufragos que día tras día nos dedicamos a lanzar nuestros mensajes en otras tantas botellas al mar, quiero darles las gracias. Desde que existen islas como Canal Literatura nuestra labor es un poquito menos solitaria y, desde luego, mucho más feliz.