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lunes, 26 de enero de 2015

Reseña: Yo fui a EGB 2-Javier Ikaz/Jorge Díaz


Título: Yo fui a E.G.B. 2 
Autores: Jorge Díaz y Javier Ikaz 
Nº de Páginas: 288 
Editorial: Plaza & Janés
ISBN: 9788401343025


Tras el éxito obtenido con el libro Yo fui a E.G.B., era evidente que iba a ver una segunda parte. No hemos tenido que esperar mucho, ya que un año después tuvimos la ansiada secuela. La primera nos supo a poco y era evidente que habían quedado en el tintero muchos recuerdos relacionados con los que que vivimos la época de la E.G.B.: aquel sistema de enseñanza que estuvo vigente desde 1970 y 1995. 25 años nada menos y que ya forman parte de la historia de este país. Ya sabéis que la E.G.B. duraba 8 cursos y que se empezaba con 6 años y que se acababa con 14... Dependiendo del año en que hayamos nacido, tendremos unos recuerdos u otros. Que con algunas cosas, algunos aún no habíamos nacido y con otros estaríamos ya en el instituto (por lo menos). Se puede decir que yo sería de las medianas de la clase, debido a que empecé la E.G.B. en el curso 80/81, así que fui más de los Hombres G que de Los Pecos. La reseña del primer libro me salió tan larga que uno de los autores me dijo que casi ya podía escribir yo la segunda parte. ¿Qué pasará con esta reseña? Ni yo misma lo sé, pero pinta que muy breve no va a ser, precisamente.

JORGE DÍAZ Y JAVIER IKAZ, LOS AUTORES: 

Javier Ikaz nació siendo aún muy pequeño, concretamente un abril de 1978, pero con la total convicción de que no le gustaría ir a clase. Cuando llegó el momento de ponerse la bata y acarrear una pesada mochila descubrió que aquello tampoco estaba tan mal, a pesar de las matemáticas. Hizo muchos amigos de los que se alejaba cuando se ponían a jugar al fútbol, ocasión que aprovechaba para leer y escribir. De hecho la afición la mantiene y le ha permitido publicar varios libros, y gracias a su cinefilia ha dirigido numerosos cortometrajes y un documental. No era mal estudiante y mucho menos bueno, pero finalmente acabó con el libro de escolaridad en un cajón del mueble del salón, junto a un montón de cartas del banco sin abrir, y con un título de informático sin ejercer.

Desde bien joven desarrolló un oído musical nefasto, a pesar de tener la casa llena de cassettes de todo tipo. Una vez se encontró una moneda de cien pesetas en la calle y descubrió que la vida merece la pena. Desde entonces lee y escribe como si no hubiese mañana. A veces hasta de manera profesional.




Jorge Diaz nació en Bilbao en abril de 1971 y hubiera pasado totalmente desapercibido durante los ocho años de su EGB de no ser por aquellos cuadernos de matemáticas en los que utilizaba la regla hasta para hacer el símbolo "más" y aquella dichosa canción que un profe les mandó inventar y que a punto estuvo de convertirse en el himno del colegio. Siempre suspendía gimnasia, calcaba los dibujos y se ponía rojo como un tomate cuando tenía que hablar en público, ¡imaginaos cuando tuvo que pasar por todas las clases cantando su canción. 

Se aficionó a llegar tarde por las mañanas y enseguida descubrió que el pasillo no era ningún castigo. No ganó ni una sola medalla, pero sí un montón de amigos que todavía conserva y a los que sigue llamando por su mote del cole.

De la universidad salió con un título en Ciencias de la Información (Publicidad) que le permitió trabajar como creativo en varias agencias de publicidad hasta que hace un par de años decidió montar la suya propia, Pentsaleku, ese lugar al que mandan a los niños a pensar cuando se portan mal. Además de diseñar, bloguea y, durante los últimos ocho años, ha escrito en un montón de publicaciones hasta hacer de los blogs su profesión y conseguir hablar de música sin necesidad de tener que cantar. Hace muy poco descubrió que ya no se pone colorado. 

Con 2 nombres de lo más “egeberos” (todos teníamos un primo Jorge o un vecino Javi) su pasión por recordar esa época les llevó a crear la página de Facebook llamada Yo fui a EGB que ya cuenta con 845.956 me gusta. El día que salió a la luz el blog del mismo nombre, se cayó de la de gente que lo quiso leer. A través de estos medios nos hacen recordar la programación televisiva que veíamos, conocemos qué fue de aquellos ídolos que teníamos o nos someten a algún examen imprevisto con el que nos damos cuenta la de cosas que aprendíamos (y lo olvidadas que las tenemos). Yo fui a EGB se ha convertido en un fenómeno viral que no hace más que crecer. Así que era evidente que todo iba a ser llevado al papel en forma de libro (haciendo un homenaje a la época en la que no existían estas tecnologías). Viendo el éxito, otras editoriales decidieron sacar libros de esta temática como Espinete no existe, Ochéntame o Los niños de la E.G.B. (vamos que es casi un género literario en si mismo). Los de esta generación ya no decimos aquello de “cuando era pequeño” o “cuando iba al cole” si no “cuando yo iba a la E.G.B.”. Y hasta ya ha salido el adjetivo “egebero” que espero que sea aceptado por la R.A.E. algún día... 



SINOPSIS DE LA EDITORIAL: 

Un nuevo volumen del fenómeno de internet que arrasa en redes sociales y librerías. Más nostalgia, más recuerdos, más ilustraciones, más sorpresas en la segunda parte del libro de no ficción más vendido del momento.

De la colonia Chispas a Arconada, del betamax al Spectrum, del bote de Pralin al primo de Zumosol, de AC/DC a Hombres G, del conejito de Duracell a Mr. Proper, de Candy Candy al Un dos tres... , el fenómeno que nos ha trasladado a la mejor época de nuestra vida regresa ahora con más recuerdos, más ilustraciones y más sorpresas.
Después de que Jorge y Javi, los creadores de Yo fui a EGB, auparan la «egbmanía» al puesto más alto de ventas y lo convirtieran en el libro más vendido del año, ahora regresan para acompañarnos en un nuevo viaje por todo aquello que hizo que los años 70, los 80 y los 90 permanezcan todavía en nuestra memoria.

Sobresaliente para un fenómeno único que, tras revolucionar las redes sociales con sus 800.000 seguidores en facebook y su blog, no acepta imitaciones y merece matrícula de honor.

El Cococrash, la Nancy, los marcianitos, el Mimosín, el Exin Castillos, las colecciones de cromos, el Tente, el gotelé, Tino Casal o Los Fraguel, el nuevo libro de Yo fui a EGB viene cargado de novedades en torno a la música, el cine, la televisión, la comida, el deporte, la tecnología, el mobiliario o las fiestas.

Con muchas más anécdotas, curiosidades y fotografías, si tú también fuiste a EGB, ¿a qué esperas para volver a clase?

IMPRESIONES:

La portada más “egebera” no puede ser. En ella vemos escrito el título del libro con la tilde de Fui tachada, ya que nunca se ponían de acuerdo si ese monosílabo tenía que ir acentuado o no ( y por cierto, todavía ignoro si hay que poner la tilde o no ponerla). También vemos dibujos de la época como David, El Gnomo o Heidi. Pero si en el anterior, aparecía una hoja de papel milimetrado, ahora como ya pasamos de curso, la hoja es de cuadro pequeño. Y otra vez los nombres de los autores escritos como si fueran aquellas maquinitas con las que podíamos crear letreros de todo tipo.  

Al abrir el libro encontramos una foto de un profesor que estaba dando clase el 24 de febrero de 1975 (por lo que yo tendría casi 2 meses de vida). En la pizarra hay dibujados aquellos conjuntos y subconjuntos con los que aprendíamos lógica matemática y que nos marcaría, sin duda. Y bueno, el profesor está fumando; algo que hoy en día sería impensable en un colegio. Pero claro, en esa época todo estaba bien visto.  


El libro se divide en 10 temas a través de los cuáles iremos recordando cómo vivimos aquellos años en los que íbamos al colegio y nuestra vida se dividía en estudiar y en pasarlo bien (sobre todo): 

1. MANERAS DE VIVIR: 

Con la frase de la canción de Rosendo y a través de 2 niños con los nombres de los muñecos más famosos (Nancy y Lucas) rememoramos como era nuestra vida de colegiales. Para él, el reloj de Casio, el Spectrum, la cinta de AC/DC y, por supuesto, la sala de máquinas para jugar a todo tipo de video-juegos (lugar que, por cierto, nadie llamaba “sala de máquinas”, si no que por todo tipo de nombres y motes habidos y por haber. Cerca de mi instituto había una al que todo el mundo llamaba “el gichos”, pero como yo no era muy aficionada a este tipo de juegos, no iba nunca).  

Y, para ella, la cinta de Mecano, el póster de Eros Ramazzoti o el estuche de Cuca Dolls. Y, por supuesto, las clases de baile para imitar a Kim la del Un, Dos, Tres... porque lo de la goma ya le parece muy infantil... 


Lucas y Nancy parece que se gustan... ¿Le dirá él a ella aquello de “quieres salir conmigo”?  


¿Os acordáis de las fotonovelas, aquellas historias narradas a través de fotos como si fuera un comic?

2. HORROR EN EL ULTRAMARINOS


Con aquella conocida canción de Alaska, recordamos dónde hacíamos la compra en esa época. Todavía existían aquellas tiendas de Ultramarinos con aquellos pesos en forma de triángulos que tenían fama de que muchas veces estaban trucados... Ahí podíamos encontrar de todo: desde fruta a los flanes del chino que tantos postres solucionaron a las mamás de la época. Era el mejor junto con el de Royal, ya que el de Potax no tenía consistencia. El del chino parecía casero y hasta venía con una bolsa de azúcar quemada.
  

El tendero nos conocía de toda la vida y había que ir con una bolsa de la compra que si la llenabas mucho te hacías daño en la muñeca. 


Pero a las tiendas de ultramarinos les estaba saliendo competencia: los hipermercados. También estaban los súper del barrio en los que había que coger unan cesta (normalmente de color verde) y que nos hacía tanta ilusión eso de servirnos nosotros mismos todo lo que mamá nos había apuntado en una lista. Pero los hipermercados eran otra cosa, ya que ir a ellos era como ir de excursión dado que estaban apartados de la ciudad. Aquello parecía de otro mundo de lo grandes que nos parecían. Para comprar algo nos tirábamos toda la tarde buscando dónde estaban las cosas. Menos mal que estaba Simago, ese hiper más pequeño en el que también había de todo.  

A parte de comprar las salchichas Revilla y el Pan Bimbo, teníamos también alimentos para nosotros, los niños. Por supuesto las chuches, que nunca faltaban los domingos, que era el día que nos daban la paga. Estaban los rufinos, los drakis dentadura, las pipas Facundo (esas del toro que decía antes de morir: “siento dejar este mundo, sin probar pipas Facundo”), el barrilete (o “telerriba” jajaja), las piruletas o los ratones de V (como los que se comía Diana). Y para las ocasiones especiales, nos compraban esa golosina tan bien presentada que consistía en muchos gajos de naranja o limón envueltos y atados con un lazo en forma de hojas. La vendían más bien en las pastelerías y, evidentemente, nadie se gastaba la paga en ellas. 


También estaban los postres y los que más nos gustaban eran los que traían algún regalo como servilleteros, cucharas, vajillas o cintas de música. Todo nos hacía ilusión y además, muchas cosas a nuestras madres les venía de maravilla para la cocina. 


Pero si había unos regalos de promoción que nos hacían especial ilusión eran los cromos. Venían siempre con los yogures (tanto Danone como Yoplait) y eran siempre de la serie de dibujos de moda. Todas las series del sábado por la tarde tuvieron su colección: Don Quijote, Willy Fog, D'artacan, David, El Gnomo... Los dibujos del sábado tarde eran los de más empaque, por eso del horario. Por cada 4 yogures, te daban un sobre con varios cromos. Yo llegué a hacer trueque con el lechero de mi calle, que era donde los compraba y cuando tenía muchos cromos repetidos, los metía en un sobre y me los cambiaba por otros. Pero los regalos de los yogures no quedaban ahí. También venían promociones en las tapas donde te podía salir desde una bici hasta el temido “sigue jugando”, que era el más habitual, claro. Otras veces te mandaban enviar una determinada cantidad de tapas para que te enviasen algún juguete o algo para el cole. 

De verdad, que con tanto regalo se notaba que el país no iba nada mal porque ahora todos estos obsequios nos parecen impensables. Yo trabajé en promociones de este tipo y regalos así se dan en ocasiones muy puntuales.

En esta parte del libro, también se hace referencia a todos los productos que anunciaban en TV. En esa época, al haber 2 canales unicamente, los anuncios formaban parte de la programación, ya que al no hacer zapping, nos quedábamos a verlos. Recuerdo que en mi casa cuando llegaban, mis padres decían con muy mal humor “y ahora 14 anuncios”, pero a mí me encantaban y además eran auténticas obras de arte y muchos de ellos han quedado para siempre, sobre todos sus eslogans. Quién no recuerda el conejito Duracell y su “dura, dura, dura”; el langostino que con acento argentino decía eso de “llevame a casa” o el mayordomo de Tenn y su “el algodón no engaña”. Al final hay un examen con 40 eslogan para acertar a qué productos pertenecen. El mejor, sin duda, ese de: “Busque, compare y si encuentra algo mejor, comprelo”, que se puede aplicar en todo. 

Me dejo para el final el producto estrella de las compras: el surtido de galletas Cuétara. Normalmente (o al menos en mi casa era así) esta apreciada caja llegaba con la compra del viernes por la tarde, para que tuviéramos galletas durante toda la semana siguiente (si llegaban,claro). Tenía 2 pisos y las galletas estrellas eran las que venían envueltas, que eran las que primero se acababan. Las que menos gustaban, quedaban ahí solitarias y te las comías rápidamente, para que acabase el primer piso y ya empezar con el segundo... Lo malo era cuando veías que el segundo también se agotaba... Había que esperar unas semanas para que mamá trajera otra caja, ya que no era un producto que estuviera siempre en casa, precisamente. Venía genial para las visitas, ya que el surtido era muy variado y tenías para mucha gente. Menos mal que no tengo hambre ahora porque si no, estaría con la boca hecha agua... Además, el surtido de ahora no es como el de antes. También Fontaneda tenía un surtido parecido y no estaba nada mal. 



3. UN TAMBOR LLENO DE JUGUETES: 

En esa época no se hablaba de reciclaje, pero eso no quería decir que no lo practicásemos. Uno de los reciclajes más recordados fue el de reutilizar un tambor de detergente de nuestras madres como lugar donde guardásemos los juguetes. Teníamos de 2 tipos: los que anunciaban en TV, sobre todo cuando llegaban las navidades y los que hoy en día llamaríamos “low-cost”, debido a que eran baratísimos y, aunque duraban poco, cumplían su función. Dichos juguetes los vendían en kioskos o en tiendas de frutos secos, así que muchas veces aprovechando que mamá hacía la compra, le pedíamos un juguete de estos. Entre otros estaban los paracaidistas, la pipa y la bola que volaban, cámaras de fotos, trompetas de plástico, la mano loca, pistolas de agua, caretas de cartón, juegos de cartas (todas las series tenían sus respectivas cartas), dardos... Y para las niñas había uno muy especial: los recortables. Me encantaba tener una muñequita de papel y ponerle todo tipo de trapitos (yo creo que de ahí me viene mi afición por la moda). 


Pero en el kiosko no sólo comprábamos “chuches” o juguetes “low cost”, si no también los cromos de las colecciones que hacíamos. Triunfaban las relacionadas con la TV como la del Festival del dibujo animado, que recuerdo que en mi barrio la hicimos todos los niños (y niñas). Así que acabarla era de lo más fácil dada la de gente que la hacía. Otras que hicimos en mi casa fueron la de Candy Candy, la de los Monstruos, la de la Liga de Fútbol y la de la Pandilla Basura (que fue retirada por su irreverencia, pero hay que reconocer que molaba). 

4. ¡MI CASA! (¡AHÍ VA, Y LA MÍA!): 


Con la frase que decía E.T., inauguramos esta sección dedicada a cómo eran nuestras casas en esa época. Las paredes eran de papel pintado (cada habitación tenía un papel distinto con mandalas que formaban figuras imposibles) o de gotelé, esa pintura en forma de grumos de diferente grosor.  

El salón o salita (depende del tamaño) estaba presidida por un mueble de madera (normalmente oscura) donde una vitrina siempre mostraba la vajilla que sacábamos en las ocasiones especiales. Por supuesto, había muchas fotos como las de nuestros padres cuando se casaron, las de nuestra comunión y las de la mili de los hombres que hubiera en la familia. No faltaba nunca el mueble-bar: esa despensa que mejor no estuviera al alcance de los niños... Y, por supuesto, libros como aquellas enciclopedias que nos solucionaban nuestros trabajos que nos mandaban hacer en el colegio o los de Disco-Libro, aquel club que luego a pasó a ser el Círculo de Lectores. Y para sentarnos teníamos el tresillo de escay y la mesa camilla. Todo ello rematado con aquellos tapetes de ganchillo que nos hacía la artista de la familia en sus ratos libres (hasta en mi colegio aprendíamos a hacerlos).

Pasamos a la cocina, la parte donde pasábamos buena parte del día. Me encantaba ese armario (normalmente verde) lleno de cajones y puertas donde cabía de todo (sale en Cuéntame y yo lo tuve en una casa de un pueblo de Ávila donde pasamos parte del verano). 

De verdad, sólo con ver la foto me viene el olor a leche con Cola-Cao

Lo que si teníamos en mi casa era una batería de cocina como la que os muestro en la foto con esos dibujos que luego se llamarían “cachemir” y que fueron muy habituales en muchos estampados de la ropa que estaba de moda cuando yo iba al instituto. Parece ser que mucha gente se hizo con este tipo de baterías coleccionando cupones que daban en muchas tiendas de todo tipo. Recuerdo que hay quien tenía prácticamente toda la casa decorada con estos regalos, ya que también podías coger jarrones, cuadros y todo tipo de cosas para el hogar.   


Esa jarra era la que ponían en el comedor del colegio y en los campamentos a los que iba.

El baño también tenía su importancia, claro está. La cisterna muchas veces estaba arriba del water y de ahí la expresión “tirar de la cadena”. No faltaba la laca de Nelly que comprábamos en la droguería del barrio. Y, por supuesto, colonias: el Nenuco para cuando eramos peques, aunque nuestra primera colonia para nosotros siempre era la de Chispas. Para papá la de Jacq's (la de “busco a un hombre llamado Jacq's") y para mamá la de Farala. Y para cuando fuéramos más mayores, queríamos la de Don Algodón o la de Ragatza. Todas tenían su anuncio en la tele, como no. Y es que si algo no salía en la tele cuando hacíamos la E.G.B., no existía para nosotros (aunque la laca de Nelly jamás la vimos anunciar ¿Sería una marca blanca?).   


Eso sí, nuestros muñecos también tenían su casa y su mobiliario, como la Nancy que tenía hasta su armario para colgar sus ropitas. Pero nuestra casa preferida era de Pin y Pon, que ya quedó como comparativa para hablar de una casa pequeña (¿serían los inicios de las mini-viviendas?). 




5. TECNOLOGIA EGB: 

Sin duda, los avances tecnológicos a lo largo de estos años, son lo que más diferencia aquella época de la de ahora. Estos avances han cambiado, sobre todo, nuestras comunicaciones. Antes sólo estaba el teléfono fijo y, por este motivo, cuando salíamos con los amigos, nuestros padres perdían nuestra pista rápido. Si estábamos en la calle y queríamos decirles algo (normalmente pedirles que nos dejaran estar hasta más tarde), teníamos aquellas cabinas telefónicas que nos parecían tan terroríficas tras haber visto a José Luis López Vázquez quedarse encerrado en una de ellas.


Pero en los 70 y 80, también tuvimos pequeños avances que nos parecieron toda una revolución en su momento y que, ahora lo vemos como algo “vintage”. Empezando por el vídeo, que nos permitía ver películas del vídeo-club y grabar de la tele aquello que nos gustase o que no pudiésemos ver cuando lo emitiesen (empezábamos a hacernos nuestra propia programación televisiva). Los sistemas fueron 2000, Beta y VHS. Cada uno con sus pros y sus contras, al final triunfó el último hasta que el DVD se lo comió definitivamente.


Nos gustaban tanto los “cachivaches” electrónicos, que los teníamos por todas partes, pero sobre todo en la cocina. El citromatic para hacer zumos, el molinillo para moler café o el grill estaban en todas las casas. Por haber hubo hasta un cuchillo electrónico que debió ser retirado antes de que medio país acabase manco. El abrelatas también tuvo su versión moderna. Al final casi todos quedaron arrinconados en el último rincón de casa tras los primeros meses de novedad. Pero si hubo un pequeño electrodoméstico que batió todos los récords de inutilidad, éste fue la licuadora. Su gran tamaño, su incomodidad de limpieza y,sobre todo, el ruido que hacía cada vez que queríamos hacernos un zumo distinto al de naranja, lo convirtieron en un trasto para no usar nunca más. 


Pero si hubo un invento que nos convertía en los reyes de la clase o de la pandilla si lo teníamos, era el ordenador (en principio llamado computadora al venir de la traducción del inglés de “computer”). Se decía que iba a ser la máquina del futuro y acertaron, sin duda. Al principio se cargaban con cinta casete, luego había que utilizar disquetera... Su memoria interna hoy en día nos suena a risa y si algún adelantado quería hacer un trabajo del colegio con él, mejor que lo empezara a imprimir enseguida... Y, por supuesto, con la noche que no contase, ya que sus padres y hermanos le podían pedir represalias...



Pero ¿quién dijo que los de la EGB no teníamos tablet? Se llamaba Telesketch y se podían hacer dibujos con unos mandos. Y para borrarlo con agitarlo valía. ¡¡¡PERO QUE MODERNOS ERAMOS!!! 





6. ¿ECHAMOS UN PARTIDO?: 


El fútbol ya era el deporte rey en esa época y además, no hay que olvidar que en el 82 se celebró el Mundial con Naranjito como mascota, que fue lo mejor del campeonato, ya que nuestra selección hizo un papel que mejor olvidar...  

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Pero al fútbol, aquellos años le salió un serio competidor: el baloncesto. Hubo una fiebre enorme con este deporte y mucha gente lo empezó a practicar en su colegio, como yo. No hay que olvidar la medalla de plata en los JJOO de Los Ángeles con el primer español que jugó en la NBA: el malogrado Fernando Martín.  

Otro deporte que consiguió muchos adeptos fue el ciclismo. La vuelta ciclista España o el Tour de Francia conseguían parar a la hora de comer con canciones que luego se convertían en auténticos hits como Baila (de mi casi vecino Iván) o Me estoy volviendo loco de Azul y Negro). Todos teníamos una bici BH que nunca falta en las vacaciones y así emulábamos a ídolos como Perico Delgado o Miguel Indurain.





7. ME PASO EL DIA BAILANDO: 


A ritmo de la archiconocida canción de Alaska, recordamos la música que escuchábamos (que no era poca). En aquella época había tantos grupos y cantantes, que teníamos piques entre nosotros de las rivalidades que existían. Eras de Bon Jovi o de Europe, te gustaban Spandau Ballet o Duran-Duran, eras heavy o eras pijo. Además, la música ya te metía en una tribu urbana y no se podían mezclar estilos. Si te gustaban Mecano y Hombres G eras irremediablemente pijo y no te ponías nada que no fuera de marca. Además, no podías escuchar la música reservada a los heavys o a los punkys; que por otro lado eran los que no admitían bajo ningún concepto la música que te gustaba a ti (los pijos, normalmente, admitían otros estilos dijeran lo que dijeran). Al fin y al cabo el pijo era el que cuidaba su imagen y el que iba a la moda y el otro era el “rarito” y el que decía que el niño pijo no tenía personalidad y era insoportable. Así que al pijo no le quedaba más remedio que renegar de ello y al final nadie era pijo. Lo que si es cierto que vivimos la Edad dorada del pop español (aunque lo de pop a muchos les repeliera). Así estuvieron Tequila, Los Pecos, Alaska, Gabinete Galigari, Mecano, Duncan Dhu, El último de la fila, Héroes del Silencio, Hombres G (quienes cuando volvieron en 2003 hicieron sacar a más de uno del armario, ya que en su momento no querían reconocer que los escuchaban). La música, sin duda, era una manera de vivir que trascendía todos los ámbitos de nuestra vida. 



8. VAYA VAYA, AQUI NO HAY PLAYA: 


Con la famosa frase de una de las canciones del verano por excelencia, vamos a recordar cómo eran nuestras vacaciones cuando íbamos a la E.G.B. Tanto si íbamos a la playa como a la montaña o a la piscina, siempre papá era el encargado de llevar esa nevera naranja que parecía no tener límite de capacidad ya que cabía de todo: la botella de La Casera, el vino Tinto, la botella de Mirinda, las botellas de Fanta y Coca-Cola... Y, por si fuera poco, hielo, mucho hielo para que esté todo bien fresco... Tampoco faltaba el tupper con gazpacho. Lo demás iba en la bolsa de la compra, esa con la que mamá iba a la tienda a comprar y que le dejaba la muñeca hecha polvo... 


Al llegar al destino colocábamos las sillas y la tumbona de flores a juego con la sombrilla. Y para no quemarnos, el Coppertone y, por supuesto, la Nívea, con la que nos habían regalado ese balón hinchable que tenía todo el mundo (hay hasta una leyenda urbana que dice que los tiraban a la playa desde una avioneta). Lo cierto que el balón azul de la famosa marca de crema se convirtió en casi uno más de la familia, ya que llegaba un momento que parecía que había más balones que personas en la playa. 


Y, por supuesto, el verano “egebero” también tuvo su moda. Arrasaron los rockys, que valían tanto para niños como para niñas y hasta te podías bañar con él. De camisetas, todos teníamos alguna con un dibujo animado de moda como Marco o Mazinger Z. Y, por supuesto, las de la sonrisa Acid, que, sin duda, fue el primer emoticono de la historia. Para calzarnos, nada mejor que las cangrejeras que lo mismo las ponías para caminar como para meterte en el río (que era para lo que estaban pensadas en principio, pero que al final era para lo que menos las usabas casi). 


En esta parte del libro, se habla de uno de las grandes iconos de la E.G.B. que no tiene que ver con el verano. Se trata del famoso cartel que había en todos los ascensores prohibiendo que los niños viajasen solos en el mismo y que entraña uno de los mayores misterios de la época, ya que en todos los que subías aparecía tachado el IM de impidan que los niños viajes solos, así que todo la gente leía PIDAN QUE LOS NIÑOS VIAJEN SOLOS. Mirad que yo fui a casas en esa época de toda España y en todas el IM estaba tachado. ¿Hay que pensar que siempre fue la misma persona la que lo hizo? 




9. MIRANDO LA PROGRAMACION: 


En esa época, sólo teníamos 2 canales, por lo que lo que echaban en la tele, lo veíamos sí o sí. Daba igual lo que pusiesen, el caso era tener la tele encendida y ver lo que en ella nos ofreciesen. Estábamos descubriendo ese maravilloso invento que nos estaba cambiando la vida y no eramos nada exigentes. Primero en blanco y negro y luego en color, la tele se convirtió en la reina del hogar y el salón era el lugar donde toda la familia nos sentábamos en el sofá alrededor de esa pantalla que algunos llamaban, injustamente, “la caja tonta”.

La tele era como una ventana abierta al mundo y todo lo que salía en ella, lo agregábamos a nuestra vida. Así, siempre había alguna frase de moda que escuchábamos en algún anuncio o en algún programa de TV y que luego repetíamos hasta la saciedad. Así se me vienen algunas como _¿Qué suave es nuevo? -No, lavado con Perlan o “No hija no”, que decía Antonio Ozores en el concurso Un, Dos Tres, que fue fuente inagotable de todo tipo de muletillas que se convirtieron en auténticos TT de la época.

La tarde era para los niños y adolescentes y teníamos programas como el mítico Barrio Sésamo que era diario y otros de emisión semanal como El Kiosko con Pepe Soplillo como muñeco-presentador. Inolvidable fue Petete que con su libro gordo nos enseñaba curiosidades de todo tipo. Pero también veíamos cosas para más mayores como Más vale prevenir que trataba de salud y lo presentaba Ramón Sánchez Ocaña que no era médico como todos creíamos (por cierto, Sánchez Ocaña pasaba sus veranos en el mismo pueblo asturiano en el que pasé los primeros veranos de mi infancia y alguna vez mis padres lo vieron por la playa). 


Pero si hay una serie que marcó esa época, ésta fue Verano Azul. ¿Qué puedo decir que no sepáis ya de ella? Las aventuras de una pandilla de chicos en edad escolar que pasaban su verano en un pueblo costero y conocían a un viejo marino y a una pintora encantadora, todavía bate récords de audiencia 30 años después de su emisión. Está claro que la calidad está por encima de cualquier cosa. 






10. VUELVE, A CASA VUELVE, POR NAVIDAD:

Este capítulo es más propio de las navidades, pero también hay que hablar de él, como no, ya que al fin y al cabo, esas fiestas son casi más para los niños que otra cosa. Todos teníamos una pandereta con imágenes religiosas y poníamos el árbol lleno de diferentes figuras como piñas, setas... Y, por supuesto el belén, con todo tipo de figuritas. En mi casa poníamos muchos pastores, unas lavanderas, un río, una mujer haciendo usos de hilos, un hombre haciendo gachas, los reyes y sus pajes... Vamos, un belén en toda regla. Y siempre le echábamos nieve, hasta que nos dimos cuenta que si todo aquello sucedió en un desierto, era imposible que hubiera nevado. Debía ser por la influencia anglosajona del cine y la TV.



Yo también tenía la Vírgen y San José con esas caritas tan dulces... 

Cuando llegaban las navidades, la tele se inundaba de anuncios relacionados con esas fechas. Teníamos anuncios de turrones como el de El Lobo o el de 1880 que decía era “el turrón más caro del mundo” (y se quedaban tan anchos. Ahora, que estamos con el ahorro y el “low cost” este eslogan nos parece extrañísimo). También llegaban los del champán como el de Freixenet Carta Nevada que era el anuncio más esperado del año. Y, por supuesto, los de juguetes en horario infantil y que íbamos seleccionando para nuestra carta a los Reyes Magos (ya sabíamos que cuando decía abajo en letra pequeña lo de “más de 5000 pesetas” no iba a llegar a casa...). Juguetes que arrasaron en esa época fueron el Scalestrix (que casi era más para los papás que para los hijos), el Exin Castillos, el Magia Borrás, el Misterio (que lo tuve y yo creo que de ahí viene mi afición por la novela policíaca), el Cine Exin, el Tente, los Click de Famobil (el chasco que me llevé yo cuando vi que en la caja sólo venía un mísero click..), los Juegos Reunidos (que nadie llegó a jugar con los 50 que contenía), el Tragabolas, el maquillaje de la Srta. Pepis, los juegos de agua Geyper (no conocí ninguna casa donde no hubiera al menos uno) o la Video consola Atari, con la que por fin se podía jugar a las maquinitas sin necesidad de pagar (recuerdo que eran unos juegos de boxeo o de tenis, pero aquello te lo tenías que imaginar...).

CONCLUSION: 

Hay quien puede pensar, en principio, que sus autores han decidido repetir curso tras el éxito del primer Yo fui a EGB, pero no es así; ya que lo que han hecho es pasar a otro curso superior. Este libro es mucho más maduro y, además, viene con unas pegatinas como las que regalaban en nuestras revistas favoritas y que luego nos servían para decorar nuestras carpetas. Y, teniendo en cuenta, que la E.G.B. duraba 8 años para obtener el Graduado Escolar, ¿Habrá 8 libros de Yo Fui a EGB para que les den el título? El tiempo lo dirá, pero por lo pronto yo no les daría lo del “Progresa adecuadamente” ni lo del “Destaca”, ya que eso era de los primeros cursos. Vamos, que esto es de Sobresaliente, que era la máxima nota que te ponían cuando eras mayor. IMPRESCINDIBLE.




7 comentarios:

  1. Me trajo muy buenos recuerdos y me encantó.

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  2. Qué recuerdos...tengo que hacerme con los dos libros pero ya! Besos

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  3. Tengo que comprar los dos libros, soy de la generación EGB y tiene que ser muy entrañable viajar a la infancia.
    Besitos

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  4. Totalmente de acuerdo contigo, Leira: Imprescindible. Además imaginaba que tú lo ibas a disfrutar muchísimo.

    Nada más añadir que si alguien lee esto, y es de la generación egb, que se anime a leerlo. Es una maravilla ver tantos recuerdos juntos.

    bsos!

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  5. Leí la primera parte y me encantó. No me importaría leer esta. Besos.

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  6. Que reseña tan completa, yo lo leí hace unas semanas y me encantó al igual que la primera parte
    Besos

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  7. Muchísimas gracias por la reseña tan completa que has hecho de nuestro segundo libro, Leira. Lo tuyo también es de Sobresaliente. Un abrazo.

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